Qué chévere volver a ver a Tamara, porque debe ser la misma Tamara que yo recuerdo. Hace 12 o 15 años atrás, Tamara llevaba una posada en San Juan de Las Galdonas. Para llegar allí desde Caracas había que tener aliento pero una vez allí no querías regresar, nunca más. La posada no era su negocio, era su hogar. La cocina era el alma de esa posada. Un sitio precioso, con terrazas y balcones, frente a un caribe salvaje y perdido. Cuando me vio la primera vez comiendo pescado, se sentó en la mesa para enseñarme. Me dijo "es que en Caracas no sabemos comer pescado con las manos". Se había ido de Caracas a perderse en aquel paraíso de Paria. Podías comer en su mesa los mejores dulces del pueblo, tomar arguandientes caseros, disfrutar de un pescado del día a la sal. Pasé allí años nuevos, semanas santas, carnavales, cumpleaños... Un lujo, un privilegio. Me alegra que haya Tamara para rato y que me la hayas traido de vuelta, Tomás. Siempre, Tomás.
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Qué chévere volver a ver a Tamara, porque debe ser la misma Tamara que yo recuerdo. Hace 12 o 15 años atrás, Tamara llevaba una posada en San Juan de Las Galdonas. Para llegar allí desde Caracas había que tener aliento pero una vez allí no querías regresar, nunca más. La posada no era su negocio, era su hogar. La cocina era el alma de esa posada. Un sitio precioso, con terrazas y balcones, frente a un caribe salvaje y perdido. Cuando me vio la primera vez comiendo pescado, se sentó en la mesa para enseñarme. Me dijo "es que en Caracas no sabemos comer pescado con las manos". Se había ido de Caracas a perderse en aquel paraíso de Paria. Podías comer en su mesa los mejores dulces del pueblo, tomar arguandientes caseros, disfrutar de un pescado del día a la sal. Pasé allí años nuevos, semanas santas, carnavales, cumpleaños... Un lujo, un privilegio. Me alegra que haya Tamara para rato y que me la hayas traido de vuelta, Tomás. Siempre, Tomás.
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